Agolpados en un andén,
un tren que no sale,
suerte del hombre que viaja
sin destino ni señales.
Saltos al hierro mordido,
por no haber vencido.
¿Qué pensamiento tan oscuro
hay antes de padecer,
voluntariamente entregarse
a no querer volver?
¿Qué mensaje escucha el suicida
dos segundos antes de caer?
La incertidumbre teje sombras,
la ignorancia las agranda,
invisibles, marchan siempre,
una y otra vez desandan.
Vagones, alacenas de almas,
que olvidan su instante y avanzan.
Ni el sol aún despierta,
en el crepúsculo siluetas,
enfermas de vida, apuran el paso,
buscan salirse, romper su lazo.
Batirse en la nada, vacío inmenso,
su carga invisible se hace denso.
¿Qué nos deja esta partida?
Un eco frío, sin despedida.
Las cifras callan su grito,
los rostros se pierden, bendito
es aquel que aún respira,
aunque el mundo lo castiga.
El hierro guarda secretos,
promesas que no cumplió,
cada riel es un espejo
del que nunca regresó.
Un salto al abismo eterno,
donde la noche se cerró.
Y sin embargo, seguimos,
caminando sin mirar,
atados al destino,
sin saber ni preguntar.
Somos sombras que persisten,
un paso más, sin despertar.
¿Dónde quedó la esperanza,
la mano amiga, el mirar?
Los invisibles se pierden,
se funden con el metal.
La vida es un rayo tenue,
que no aprendimos a salvar.
Agolpados en un andén,
el tren tampoco llegó.
Siluetas se desdibujan,
la niebla todo cubrió.
Y en el aire queda el eco
de un suspiro que murió.
Gastón Gimenez
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