En la casa de la Alegría,
mate y tortas son festines,
la poesía corre libre,
como yegua en los confines.
¿Será un sueño o una gracia
que el alma goce sus fines?
La dama mira a lo lejos,
cogotea en la penumbra,
espera al Juan de las sombras
con un gesto que deslumbra.
¿Vendrá el hombre en sus misterios,
o la noche lo retumba?
La ronda es pura y sencilla,
sin lujos ni alhajas de oro,
las palabras son diamantes,
que en lo humilde hallan su coro.
¿Será que el calor humano
es más fuerte que el tesoro?
Ríen las voces sinceras,
late el suelo en la guitarra,
la alegría se condensa
en la casa que desgarra.
¿Qué secreto tiene el rancho
que hasta el alma se desarma?
Duerme cerca la esperanza,
como un perro en la tranquera,
si el corazón sabe armarse,
la vida es pura quimera.
¿No será que la fortuna
la cargamos de otras maneras?
En los campos de la dicha,
cada paso es un regalo,
no se juzga la presencia
ni el destino del milagro.
¿Quién decide si el sendero
es derecho o es quebrado?
El ambiente es tan sencillo,
que hasta el aire tiene canto,
en las manos un tesoro:
el mate y un verso santo.
¿No será que los misterios
viven en lo más llano?
Por si acaso la tormenta
se despierta entre los cerros,
guarda siempre entre tus cosas
una flecha y un sombrero.
¿Es cobarde quien dispara,
o prudente el compañero?
Así cierro esta leyenda,
de poesía y tortas fritas,
con preguntas enredadas
como noches infinitas.
¿Será que al fin lo humano
se define en su penita?
Gastón Gimenez
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