Llegamos donde nos vimos,
en la inmensidad de la nada,
entre deseos y sueños,
perdidos en mi almohada.
La sagrada pasión ardía,
dando aromas en palabras,
eran susurros que nacían,
en la danza de las almas.
Fueron locuras febriles,
del misterio que es amor,
como ríos indomables
que arrasan toda razón.
La calma, como una vela,
se apagó en ese fervor,
y el eco de nuestras sombras
quedó grabado en su ardor.
Fui quien tuvo alas puras
para llegar hasta ti,
eras canción en silencio,
eras todo lo que vi.
Fuimos cautivos de un sueño,
de un deseo sin final,
éramos almas fundidas
en el fuego más vital.
La noche calló su llanto,
fue testigo del ardor,
y las estrellas, danzando,
nos cantaron su fulgor.
Jamás despertó el instante,
ni los latidos cesaron,
el tiempo quedó en suspenso,
los relojes se apagaron.
Así, en la eternidad misma,
donde todo fue tan real,
nuestras almas todavía
cantan su himno inmortal.
Gastón Gimenez
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