martes, 19 de noviembre de 2024

Ahora


 Qué prisa tiene la suerte que acobarda a imbéciles de mente,

cuántos logros puede el azar invitarte, si en tiempo de la bestia los ángeles duermen y esperan el banquete,

cuando la trompeta suene y vaya que hay batalla,

si los cielos ya no aguantan y el suelo desmaya.

En este mundo de sombras, el destino se enreda,

y la farsa se disfraza en la cara que envenena,

el hombre busca respuestas en el grito que quema,

pero en la oscuridad solo arde su condena.

¿Dónde están los justos, dónde la fe se oculta,

si los dioses ya no responden, y la tierra exulta,

por un sueño que se escurre entre las manos vacías,

mientras el viento nos arrastra con sus mentiras frías?

La guerra ya no es guerra, es una danza macabra,

y el tiempo que nos queda, lo lleva la palabra,

pero el eco se ahoga, y el silencio hace más daño,

en un mundo sin coraje, donde solo queda el daño.

Y aún en la tormenta, hay quienes se alzan y luchan,

como luces fugaces que en la noche brillan,

y aunque el cielo se quiebre y el infierno nos aceche,

el alma sigue intacta, mientras el corazón se quede.

El tiempo ya no cuenta, y la hora ya no llama,

mientras las sombras juegan a ser madre y hermana,

la gente se arrodilla ante su propia ruina,

y sus ojos se ciegan con la falsa doctrina.

Mas en el pecho se enciende la llama persistente,
del hombre que no cede, ni ante el sol hiriente,
pues aunque el mundo arda, en su pecho se fragua,
un espíritu indómito que nunca se apaga

El viento trae voces de una tierra perdida,

donde el sueño del justo aún canta su herida,

pero el eco se ahoga en las aguas del miedo,

y el hombre se ahoga, mientras mira al cielo.

Y aún así seguimos, con paso incierto y errante,

hacia el horizonte, con el alma vibrante,

pues aunque la lucha sea dura y se cuele la pena,

en cada paso resuena la esperanza que suena.

Gastón Gimenez 


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