Cataratas de mentira daba,
ese pelandrum charlatán,
la monada ni lo miraba,
en el café, era un afán.
Madereros ya cansados,
pausaban para escuchar,
los versos desaforados
que él no dejaba de dar.
"Dejá de batir, charlador,"
le gritó un tipo curtido,
"que acá no hay lugar, señor,
para tu verso aburrido."
Pero el charlatán seguía,
más terco que una mula,
con cuentos de fantasía
que lo sentaron de culo.
Un maderero cansado,
le encajó un zurdazo al mentón,
y el bar quedó en un callado
silencio, pura emoción.
Al rato volvió en sí, mudo,
sin soltar ni un comentario,
le quedó el apodo "Mudo",
no por Gardel, sino a diario.
Desde entonces se quedó,
en un rincón arrumbado,
calladito, sin su show,
escuchando, resignado.
La barra ya no lo extraña,
ni su verso desmedido,
el café volvió a su maña,
a ese sosiego perdido.
Gaston Gimenez
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