¡Se desata la impaciencia!
¿Quién puede contener el deseo,
cuando la pasión lo lleva en alas,
y en su carga de emociones,
perfumadas palabras susurran,
en tus oídos, dulces promesas?
¡Oh, qué se esconde tras ese velo prohibido,
que al fin se desvela, y el alma se entrega!
Nos vamos conociendo,
¿acaso no es necesario saberte?
¡Tú eres el sabor que mi ser ansía!
De eso que, apenas al paladar del amor toca,
hace llover besos,
cuando el mundo se disuelve,
y solo existimos tú y yo.
Lo frágil, ¿no merece acaso cuidado?
¡Es tan delicada la flor que crece en el alma!
Pero lo espontáneo,
¡ah, lo espontáneo nace en la calle del placer!
Donde las veredas se hacen camino
para aquel que posee el don divino,
el bendito arte de amar.
¿Quién puede resistir ese susurro,
ese llamado que se oye al oído?
¿Acaso hay mayor verdad
que el instante en que la pasión se desborda?
¡Qué gloria cuando, en el rincón secreto,
el deseo y el amor se encuentran!
¡Oh, qué maravilla, qué delirio,
cuando en cada paso la distancia se acorta,
y lo que antes parecía lejano,
se torna en promesa eterna.
¿Quién puede escapar al hechizo de tu mirada?
Cuando cada beso se convierte en eternidad.
La fragilidad de la vida, ¿no nos llama a cuidarla?
¿No es acaso el amor el único refugio
ante la tormenta de incertidumbres?
¡Oh, cuán salvaje es el camino del placer!
Y sin embargo, solo el corazón verdadero
se atreve a recorrer sus senderos.
¿No es el amor el más grande de los misterios?
¡Misterio que se revela en cada encuentro,
en cada roce que deja huella eterna!
Nos conocemos, sí,
pero ¿quién puede entenderlo todo?
¡Solo quien ha bebido del vino de los dioses
y ha sentido el fuego que enciende el alma!
¡Y así nos vamos, mi amor,
conociéndonos, descubriéndonos,
en cada beso, en cada palabra,
en cada suspiro que se convierte en promesa.
Que no quede duda,
ni temor en el aire,
porque en la salvaje calle del amor,
tú y yo seremos los dueños del destino.
Gastón Gimenez
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