Con un marroco bajo el brazo,
un pucho al filo, casi un ocaso,
la suerte, un mordisco ya lo ha morfado,
camina tranqui, sin apurarse al paso,
la plaza lo espera con un descanso escaso.
Olvidó la catrera, y el escolazo,
el yiro del pasado, ese abrazo escabroso.
Ni busca a la percanta que fue su lazo,
ni al punto que lo fiaba sin recelo hermoso,
vive al son del destino, de un tango doloroso.
La vida lo tantea, pero no lo engrupe,
firme en su vereda, su silbido lo escupe.
De alma rea y filosa, jamás se entume,
en su esquina, un farol lo alumbra y lo agrupe,
un malevo eterno, que la noche lo adopte.
Ruge despacio, su grito enmudece,
un corazón de acero, que el tiempo enloquece.
Recuerda al bulín, donde todo perece,
mas no se aferra al ayer, ni el dolor lo estremece,
se hunde en las sombras, donde el alma enloquece.
El bacán camina, con la luna de testigo,
un cacho de cielo y el destino de amigo.
Sin querer el codillo, ni siquiera el abrigo,
de su viaje eterno no busca castigo,
con un silbo y un paso, ¡va cerrando el libro!
Gastón Gimenez
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