Cuando encuentro aquello
que nunca he buscado,
entra como ardiente llama,
y en las cifradas melodías
de una canción olvidada,
respiro la suerte de los espíritus andantes,
que posan sus frases etéreas
en mi cansada nostalgia errante.
Justo cuando no hay nada,
cuando la misma nada desencarna,
me lleva en aromas de manjares sutiles,
vientos que arrullan los mares de palabras.
Es allí que agradezco al silencio,
un grito ciego que en la penumbra estalla,
revelando mensajes velados
en la eterna noche de mis batallas.
Cuánta paciencia me enciende la vida,
desliza sus labios en las comisuras mías,
su toque es promesa, suave hechizo,
que despierta en mi alma un nuevo latido.
No lo busco, lo juro, ni pretendo alcanzarlo,
pero llega en su forma de dama callada,
tendiéndome manos que saben al alba,
abriendo portales a otras moradas.
Cuando encuentro aquello
que se oculta al destino,
el halito vuelve, renace el camino,
y entre las noches que la soledad comanda,
me guía su rastro, su dulce demanda.
Juega la vida su carta final,
pero en su juego hallo la calma inmortal.
Y así, mi espíritu transita lo incierto,
llevado por brisas, por ecos dispersos.
Cada paso es un verso, cada sombra una luz,
un vaivén que en mis días dejó su cruz.
El misterio se alza como eterno maestro,
y en sus lecciones susurra,
la magia de un encuentro.
Cuando encuentro aquello
que nunca he buscado,
mi corazón respira, mi pecho descansa,
pues el alma, en su danza,
ha rozado lo eterno,
la nota escondida
de un acorde divino.
Gastón Gimenez
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